El obituario decía, ya hace más un mes: “Miguel Ángel Saturnino, Q.P.D. falleció el 26-01-2018, sus hermanas Nilda y Rosa participan con profundo dolor su fallecimiento. Sus restos fueron inhumados ayer”.
Era MIGUEL DE MENDOZA. El Maestro se había ido, eclipsado del mundo sin que nadie lo notara. Su corazón se detuvo a las cinco de la tarde, siendo las cinco de la tarde en todos los relojes. Hora flamenca. Hora ganada por derecho propio, con cada uno de sus más de cincuenta años con la danza y la poesía. El periódico no habló ese día, ni al siguiente, ni al de más allá. Pero cuántas veces su nombre fue impreso en las carteleras, cuántas en los festivales de las comunidades españolas, cuántas en los programas como artista invitado para dar lustre, cuántas en espectáculos de beneficencia, cuántas veces su firma con sombrero y flor, en cursos de fin de año, en encuentros flamencos, en exámenes y concursos.
El arte de la provincia de Mendoza ha perdido un grande. Y esta trillada ciudad, ni el mundo entero lo sabe. Perdió al artista extravagante del flamenco de la obstinación, allá en una época en donde el flamenco no era moda ni Good Show y papa/fritas.
Pionero de un género que saltó los límites. Todo arte es una expresión, pero el que Miguel pretendía vaya, vaya…el fuego sagrado que anida en los vientres flamencos. “Hasta que no lo sepas en letanía, como al padrenuestro, niña, no avanzamos, debes repetirlo para olvidarlo, que luego saldrás tú”, articulaba con sencillas palabras la llave maestra con la que se logra el estilo propio, “de clones, hasta la coronilla”. Y “muy bien el paseíllo por alegrías, pero ¿dónde has dejado tu nostalgia que no la veo? ¿dónde aquello que te ha dolío?”.
Pretendía de sus alumnos que el Flamenco sea el vehículo de las vivencias no solo en el escenario sino en la vida misma, en cada instante, a cada vuelo. Lo logró. Nadie que pasó por sus clases puede decir que no aprendió el divino tormento de las cosas más amadas.
Miguel se apagó en absoluta soledad en su humilde hogar en Las Heras. Un largo pasillo. Las plantas. Las perras. La belleza bizarra de las artesanías que diseñaba. Todos los recuerdos en recortes, en viejas fotografías de giras, con sus compañeros del tablao cuyano: el Chico Artés, Casiano Gómez, Juanito Figueroa, Maricarmen, LA MORAIMA en mayúsculas porque fue su alumna y luego compañera de baile, la Candela.
Los premios y tributos colgados en las paredes. Las estatuillas, de pisapapeles. Buen uso. La foto de la bailaora y maestra María Reyes, su cómplice de baile y de resistencia por más de 50 años, en el lugar de lo urgente, lo amado y lo necesario: la puerta de la heladera.
Sospechó alguien que este hombre del obituario sería aquel que fraguó su popularidad en grandes teatros de Buenos Aires y de Latinoamérica?,
Sospechó alguien que este maravilloso artista, sin google, sin Internet, sin celular, muriera sin registro, sin nota, sin despedida?
Alguien puede decir que fue feliz en esta trillada ciudad, con el flamenco?
Quizás si algún funcionario para poder anunciar su despedida, se dignara a buscar en las actas de la Distinción Sanmartiniana, el “más alto honor” que la Provincia le concede a algunas personas por sus logros científicos o artísticos, encontraría una firma parecida a esta.
Para el mundo flamenco una marca registrada.
Ahora lo saben.
Por: Monica Luna Bramucci
Hermoso homenaje